Son dos procesos íntimamente relacionados. En esencia, resultan de gran utilidad en diferenciar con gran exactitud la sustancia gris de la sustancia blanca. Por lo tanto, podemos, de esta forma, definir el trayecto de distintas vías nerviosas que conllevan funciones específicas y decidir su indemnidad o afectación. Más aún, cuando vemos en la RM convencional una lesión tumoral, a través de este procedimiento logramos definir el comportamiento de dicha patología, indicándonos invasión, ó no, de determinadas fibras nerviosas. Por lo tanto, extraemos de lo anterior la gran importancia de la tractografía en casos de que el paciente necesite una resección quirúrgica, al poder aportar gran información anatómica al neurocirujano acerca de las estructuras vecinas afectadas. El objetivo final de ello es respetar al máximo el tejido sano y consecuentemente conseguir que el paciente no quede con secuelas deficitarias luego de la operación.
Cabe mencionar que la tractografía y el tensor de difusión se están utilizando actualmente en un enorme abanico de enfermedades, a saber: patologías psiquiátricas (ej: esquizofrenia), enfermedades metabólicas de la infancia, esclerosis múltiple, traumatismos de cráneo severos, etc. El punto básico de su aplicación es resaltar las diferentes conexiones que existen entre distintas zonas del cerebro, cuya alteración puede ocasionar trastornos diversos que pueden tener un origen congénito o adquirido durante la vida. Además poder decidir en base a esa información la conducta terapéutica a seguir por los profesionales encargados de cada uno de esos pacientes.
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